Conciliación

Conciliación

Conciliar qué, conciliar por qué, conciliar en beneficio de quién; liar con cien eufemismos las contradicciones de un sistema que terminará por extinguirnos si no lo erradicamos;… solo trato de jugar con las letras para adentrarme en este gran lodazal.

Parece bastante contradictorio que permanezca la jornada laboral inamovible mientras las tasas de desempleo se incrementan. Si de verdad no hay empleo, salvo que haya una mala mano ideando caminos fáciles para la explotación laboral salvaje, debemos preguntarnos por qué tantas bajas derivadas de cargas de trabajo insostenibles; o, por qué una buena parte de la población sufre de estrés o no tiene tiempo para bailar, o venir a las asambleas. Una reducción de la jornada laboral “mataría dos pájaros de un tiro” y daría vida a dos utopías en el mismo vuelo: pleno empleo y posibilidad de conciliar. Para quienes debaten en torno a la conciliación pretendiendo hacerlo de manera equilibrada entre los intereses de la patronal y los intereses de la población, la pregunta clave es conciliar qué. Tanto el Estado como la Patronal necesitan saber con detalle qué queremos conciliar, y en qué andamos metidas. Y no contarles qué queremos conciliar es nuestra herramienta más potente.

Conciliaremos lo que decidamos cada persona: conciliaremos lo que nos dé la gana. Yo conciliaré, si me dejan, horario laboral con descanso y placer. Tú conciliarás horario laboral con tus necesidades afectivas y sociales. Él conciliará con sus inquietudes intelectuales. Ella conciliará con sus intereses políticos. Conciliaremos con nuestras cargas familiares, ya que juntos y juntas son más fáciles de llevar. Conciliareis con vuestras aspiraciones artísticas. Ellos conciliarán con los bosques, los ganchillos, y las playas. Ellas conciliarán con los mares, las estrellas y con compas del sindicato. Pero no tenemos que contarlo todo ¿no?

Visto que nadie parece darse cuenta de que la solución está ahí mismo, al alcance de la mano, damos rienda suelta al debate en torno a la conciliación como derecho laboral. Pero, éste, si no es universal, como casi todos los derechos, cuando son condicionados, se convierten en trampas enmascaradas. Es decir, derechos, que cuando no son universales son susceptibles de pervertirse, porque su disfrute tiene un precio diferencial. Es decir, derechos, que por tener un precio son más y mejor disfrutados por quienes desempeñan las funciones mejor remuneradas. Se construye, así, un perverso reino de los privilegios donde las medidas correctoras vienen a dibujar más trabas para quienes más las necesitan, y más facilidades para quienes apenas lucharon por su reivindicación. Y mientras tanto los informes con sesudas estadísticas hablan de avances y mejoras. Y las comparsas de siempre aplauden sonrientes.

Por un lado, que tengamos que justificar qué queremos conciliar vuelve a ponernos a las mujeres en el punto de mira, una vez más. Pone sobre la mesa que se tolera la reducción de una jornada por cuidado de hijos e hijas pero no se tolera la reducción de jornada porque quiero estudiar portugués para comunicarme con mis vecinos y vecinas; aprender a tocar el violín por las tardes; o, deleitarme con el arte culinario. Los derechos en materia de solicitudes de excedencias por cuidados de menores, o por atención a ascendientes dependientes ya nos han castigado suficiente a las mujeres. Defender la conciliación con un claro sesgo genérico, el de los cuidados a quienes los necesiten, vuelve una vez más a penalizar y sancionar a las mujeres. Y sacrifica a todas las mujeres porque incide en nuestro desarrollo profesional y en nuestro acceso a los recursos económicos de manera extensiva. Afecta a quienes cuidan y afecta a aquellas mujeres que no tengan ni la más remota intención de prodigar cuidados. Dicho sea de paso: ambas opciones son igualmente respetables. Además, y como efecto no deseado, ensalza al hombre que, por fin, decide cuidar sin poner en riesgo su carrera profesional, porque no será masivamente imitado. Lo que en último término se traduce en una infravaloración de la lucha feminista ya que las llamadas nuevas masculinidades afectarán tanto a los análisis como a los presupuestos que se dediquen tímidamente a corregir los destrozos del patriarcado.

Por otro lado, si las reivindicaciones en torno a la conciliación sólo las hacemos las más afectadas hasta ahora, es decir, las que hemos cuidado o estamos cuidando, las mujeres, reforzamos el temido e indeseable mandato de género. El mencionado refuerzo procede de dos fuentes: cuidamos nosotras porque no encontramos relevo posible; y, nos da la razón la normativa porque nos acepta como cuidadoras ¿facilitándonos la vida? o ¿embelleciéndonos las cárceles domésticas? Y, si reducimos las reivindicaciones en materia de conciliación a los cuidados y a la atención a las cargas familiares perdemos una preciosa parcela de libertad además de contribuir a la emisión de juicios de valor subyacentes a cuestiones relativas a qué merece y qué no merece una reducción de jornada laboral; a quién merece y quién no merece una reducción de jornada laboral.

Las jornadas laborales se hicieron pensando en los hombres proveedores de las familias cuyos hogares estaban, mejor o peor, atendidos; es decir, mesa puesta, ropa planchada, portal fregado, e hijos criados. Las mujeres nos hemos convertido en proveedoras de las familias a modo de malabaristas sobre una cuerda floja cuya red de seguridad se traduce en: abuelas incondicionales nunca remuneradas;  subcontratación precaria de otras mujeres para llevar a cabo labores de crianza y tareas domésticas; y, deterioro de nuestra salud y de nuestro bienestar. Los avances o supuestos logros en materia de conciliación hasta hoy, lo que han generado es mayor precariedad para las mujeres, y más malabares diarios (con mayor índice de siniestralidad, si cabe). Migajas, nada más que migajas, que disfrazadas de concesiones a las mujeres, han servido a la patronal para tenernos en nómina solo en los momentos de mayor carga de trabajo, con jornadas interrumpidas sin hacerse cargo de los traslados, y ahorrándose costes salariales.

Permitir tasas progresivas de desempleo, tolerar horas extraordinarias de trabajo, y regalar migajas legislativas en materia de conciliaciones condicionadas son, en resumidas cuentas, una agresión flagrante a nuestros derechos. Es una tríada que atenta contra nuestro bienestar: el de las mujeres, y el del resto de las personas con quienes convivimos.

  • Queremos conciliar jornadas laborales con vidas dignas de ser vividas.
  • Queremos derechos universales sin condicionamientos morales.
  • Queremos reducción de jornada laboral y pleno empleo.