La convergencia de feminismo y antifascismo es una potente combinación que aporta herramientas para frenar el avance de la ultraderecha populista. Exploramos esta posibilidad en una entrevista con Mark Bray, autor de Antifa, el manual antifascista.
Desde hace al menos una década, hay una ola de conservadurismo que recorre el planeta. Empezando por el auge del nacionalismo retrógrado hindú, hasta las múltiples formas del fundamentalismo islámico, pasando por la llegada al poder de partidos y candidatos xenófobos en los países occidentales, se constata la tendencia de muchas sociedades, en contextos muy diferentes, a encerrarse sobre sí mismas. No cabe duda de que, en un fenómeno de tal magnitud, cada caso presenta características particulares, pero se puede decir que todos ellos se orientan en torno a un discurso identitario, que pretende devolver la sociedad a unos valores atávicos y reforzar el sentido de pertenencia a la comunidad. No en vano, hay una serie de factores comunes, a pesar de las diferencias, como una definición excluyente de grupo, basado en el nacionalismo, la religión o la raza, la supuesta vuelta a unos valores conservadores “auténticos” y el rechazo a la modernidad y a todo lo que el imaginario local pueda asociar con ella: derechos de las mujeres, respeto a las minorías, igualdad de razas, libertades individuales… Salvando las distancias, si no es fascismo en sentido estricto, se le parece mucho. Demasiado.
Las causas de este proceso son complejas. Aunque se trata de un fenómeno global, se traslada a la escena local, donde cobra dimensiones propias en función de las particularidades de cada sociedad, país, economía, cultura, etc. En el caso de Estados Unidos ha llevado al poder a un populista xenófobo como Trump y ha supuesto la irrupción de una ultraderecha telúrica, racista y fundamentalista cristiana. En Reino Unido las preocupaciones soberanistas y contrarias a la inmigración de una buena parte de su población cristalizaron en el Brexit. En muchos países europeos ha puesto en el gobierno a partidos de ultraderecha. Sin salir del ámbito de Occidente, en el estado español ha significado la irrupción de Vox, a partir de las elecciones andaluzas, en la escena política nacional.
Este último es un ejemplo digno de mención. No solo por su evidente cercanía a nuestro contexto particular, sino también porque este partido ha emprendido una ofensiva contra lo poco que se haya podido lograr hasta la fecha en materia de igualdad de género y de prevención de la violencia machista. Es paradigmático en este sentido. Para todos los movimientos reaccionarios del planeta, la defensa del patriarcado y de la heteronormatividad son pilares centrales de esa recuperación de valores conservadores. Pero no nos engañemos. Sin duda, en el caso de Vox, hay también en ello bastante de cálculo político. Se pretende atraer a una parte del electorado, mayoritariamente masculino, pero no solo, a cuyos miedos se apela. Y no cabe duda de que el avance reciente del feminismo y su demostrada potencia de movilización ha puesto nerviosa a mucha gente…
Existe, efectivamente, una tensión constante entre los partidarios de estos giros conservadores y quienes nos oponemos a ellos, desde todos los ámbitos posibles. Incluido, desde luego, el feminismo. En este caso concreto, la convergencia entre ambas luchas es evidente. Sobre todo, teniendo en cuenta las burradas cavernarias que incluye Vox en su programa político en lo referente a género. Desde este punto de vista, cada mujer y cada hombre que ha salido a la calle el 8 de marzo, cada persona que ha secundado la huelga general feminista, les ha refutando por la vía de los hechos. Cientos de miles de voces que no caben en urna alguna. Esto no se le escapa a nadie y menos aún a los voceros del machismo más garrulo, que se han llevado un gran zasca en todos los morros. Los feminismos están marcando el camino, a través de la movilización, hacia la derrota de este fascismo misógino y rancio, de viejo cuño.
Mark Bray es un autor y académico estadounidense que analiza precisamente esta oposición en su último libro Antifa, el manual antifascista. El libro se publicó en Estados Unidos poco después de los sucesos de Charlotesville, de agosto de 2017, en los que un ultraderechista asesinó a una manifestante antifascista. Eso le dio al libro una notoriedad indeseada y situó al autor en el centro de un torbellino mediático, convertido poco menos que en el portavoz oficioso del antifascismo estadounidense.
- Antes que nada. ¿Cómo estás ahora, personalmente? ¿Se han calmado un poco las cosas desde la publicación de Antifa?
Estoy bien, ¡gracias por preguntar! Sí, las cosas se han calmado mucho. El frenesí mediático que rodeó al libro terminó repentinamente y el interés por el tema se esfumó en los medios de comunicación convencionales. Durante el verano de 2018 hubo varios enfrentamientos entre antifascistas, la policía y la extrema derecha en la costa del Pacífico Norte de Estados Unidos. En el momento álgido del interés por el tema, habrían sido noticias de primera plana, pero en este caso se ignoraron por completo. Agua pasada. Esas dramáticas fluctuaciones en la atención de los medios tuvieron mucho que ver con que el lanzamiento de Antifa, en el verano de 2017, fuese tan sorprendentemente oportuno.
- Me consta que recibiste numerosas amenazas de muerte. ¿Han cesado ya? ¿Cómo lo has llevado?
Si, es verdad. Han cesado casi por completo, aunque mi editora recibe la mayoría de mis correos electrónicos y no me reenvía los desagradables. Fue algo muy desconcertante. Afortunadamente, ninguna fue tan concreta como para resultar creíble y preocupante. Además, me han dicho que tales amenazas suelen ser mucho más graves cuando las reciben mujeres.
En una ocasión, un departamento de mi universidad recibió un paquete sospechoso y llamaron a la policía. Vinieron los Tedax a investigarlo, pero eran solo libros que había mandado algún profesor. En una de mis presentaciones en el norte de California, milicianos de extrema derecha se presentaron armados con cuchillos, pero afortunadamente no pasó nada.
- Entrando en materia, entre otras cosas, Antifa recorre la historia del antifascismo en varios países hasta nuestros días. Una de las conclusiones que se extraen de este repaso histórico es que las tácticas empleadas para frenar el avance de los neonazis en los 80 y 90 del siglo pasado, lo que denominas el antifascismo militante, basadas a menudo en la confrontación directa, tienen un efecto limitado frente a los populismos filofascistas o xenófobos, ¿crees que se está dando un debate adecuado en el seno del antifascismo sobre tácticas y estrategias?
Esa conclusión, que el antifascismo militante por sí solo no basta para detener a los partidos populistas de extrema derecha, es algo que me dijeron activistas de casi todos los países en los que han surgido recientemente este tipo de grupos. No es de extrañar. Las estrategias y tácticas que los antifascistas desarrollaron en las últimas décadas se diseñaron para oponerse a formaciones de extrema derecha pequeñas o medianas, con un apoyo popular mínimo. Los militantes a los que entrevisté para el libro eran muy conscientes de este problema. Sin embargo, la mayoría no estaban completamente seguros de cómo adaptarse para hacer frente a estos enemigos más convencionales y «respetables».
- De ser así, ¿hacia dónde apunta? ¿Se ha identificado alguna estrategia eficaz?
Hay quien se ha centrado en crear organizaciones antifascistas más grandes y más amplias, en forma de asambleas o grupos abiertos, diseñadas para el trabajo antifascista general o dirigidas a desafiar un acto concreto de la extrema derecha. Tales iniciativas a menudo incluyen o son iniciadas por antifascistas militantes, pero tienden puentes entre la actividad de estos, que a menudo está dominada por consideraciones de cultura de seguridad, y una política popular más abierta. A veces, tales iniciativas tienen éxito a la hora de unir a una comunidad contra el fascismo, otras veces se rompen o terminan en la exclusión de los elementos más radicales.
Por ejemplo, en Portland, Oregón, antifascistas militantes, sobre todo de Rose City Antifa, Eugene Antifa y otros grupos, formaron un bloque negro para oponerse a una concentración de las organizaciones de extrema derecha Patriot Prayer y Proud Boys. Una formación popular amplia, llamada Popular Mobilization (Pop Mob para abreviar) también se concentró contra los fascistas. El bloque negro militante se colocó frente a la policía que protegía a los ultraderechistas, mientras que los manifestantes de Pop Mob, a cara descubierta, estaban detrás, cantando, bailando, etc. Después de un rato, la policía atacó a los antifascistas con material antidisturbios, hiriendo gravemente en la cabeza a un militante.
Del mismo modo, una formación militante de Washington DC, llamada Smash Racism DC, se unió a grupos de la campaña Black Lives Matter, a sindicatos, colectivos de izquierdas y otros para formar una coordinadora, llamada Shut It Down DC, y oponerse a la concentración ultraderechista Unite the Right 2, en el aniversario de la infame manifestación de Charlottesville de 2017.
Industrial Workers of the World (IWW) han lanzado otra propuesta con su Comité de Defensa General (GDC por sus siglas en inglés). Su objetivo es dar forma a un antifascismo popular, militante y de clase, partiendo de la base de que la autodefensa obrera contra el fascismo es un componente necesario en el logro de la revolución social.
- Precisamente, esa es la pregunta del millón, cómo frenar este populismo ultraderechista. Supongo que no podemos dar una respuesta definitiva aquí, pero ¿puedes apuntar algunas ideas?
Un antifascista de Londres al que entrevisté para el libro me dijo: «no podemos albergar la esperanza de derrotar a un proyecto electoral de extrema derecha de la misma manera en que lo haríamos con un grupo fascista de calle, sin más. En su lugar, nuestras propuestas políticas tienen que ser mejores que las suyas». Esto apunta a un aspecto muy interesante del debate sobre el antifascismo. Cuanto más se habla de este, en un sentido amplio, más se empieza a tener que hablar de socavar los factores sociales y económicos que hacen posible el fascismo: austeridad, xenofobia, capitalismo, hetero-patriarcado, supremacía blanca, capacitismo, nacionalismo, antisemitismo, islamofobia, etc. Detener el fascismo y asegurarse de que no puede volver a surgir significa crear un mundo del que haya desaparecido su posible “atractivo”. Por eso el antifascismo debe ser revolucionario.
Esta respuesta es obvia, a la vez que vaga. Si fuese tan fácil iniciar una revolución social con éxito, ya lo habríamos hecho. Como mínimo, debemos reconocer que el crecimiento de la extrema derecha en Europa, América Latina, Estados Unidos y otros lugares se ha basado en gran parte en la incapacidad o falta de voluntad de los partidos políticos de izquierda para satisfacer adecuadamente las necesidades de la gente. Demasiado a menudo han aceptado o incluso iniciado medidas de austeridad, han cargado contra las personas migrantes o han caído en el nacionalismo. En parte, Trump llegó al poder en Estados Unidos porque supo explotar la oposición frente a los acuerdos de libre comercio y a la guerra en Irak. La gente busca una solución y, si la izquierda no la proporciona, se vuelve hacia la derecha.
- En todo caso, ¿sigue siendo necesario el antifascismo militante? ¿Es incompatible con otras formas de oposición a la extrema derecha?
Sí, el antifascismo militante sigue siendo necesario. No solo porque todavía hay grupos pequeños y medianos de nazis y fascistas violentos, que hay que controlar y a los que hay que oponerse, sino también porque es importante sacar a la luz los vínculos que existen entre los principales partidos de extrema derecha y los nazis. Además, puede ser muy útil y, en ocasiones, necesario, que las iniciativas antifascistas más amplias tengan grupos militantes que estén listos para defenderse de los ataques y que estén tengan el conocimiento necesario para vigilar a sus oponentes. El trabajo antifascista es peligroso porque el fascismo es inherentemente violento y agresivo. Por lo tanto, la autodefensa debe ser parte de la ecuación.
Si bien ha habido conflictos entre grupos más militantes y otros más moderados y centristas en la lucha contra el fascismo, también ha habido numerosos ejemplos de colaboración en la que todos se han visto beneficiados. No creo que el antifascismo militante sea incompatible con otras formas de oposición a la extrema derecha. Más bien, creo que es un componente imprescindible de un movimiento antifascista más amplio, que es necesario para detener a las organizaciones de ultraderecha de todos los tamaños.
- El antifascismo militante ha recibido críticas porque en ocasiones ha degenerado en un culto al enfrentamiento y en una exaltación asociada de un tipo de masculinidad determinado. Frente a ello se ha planteado el antifascismo feminista, sobre todo en países como Alemania. ¿Podrías hablarnos de las características de este? ¿En qué aspectos centra la diferencia con el antifascismo convencional?
Es verdad que el machismo es un problema en las organizaciones antifascistas y en la izquierda en general desde hace mucho tiempo. Creo que esto ha sido así, sobre todo, cuando la violencia ha jugado un papel importante en cualquier actividad de la izquierda. Estas dinámicas se han visto exacerbadas en ocasiones cuando se han asociado antifacismo y fútbol.
Como mencionas, en respuesta a tales dinámicas, algunos y algunas militantes se esforzaron en desarrollar un tipo diferente de antifascismo, llamado «fantifa» en Alemania, a partir de los años ochenta. Se emprendieron Iniciativas similares en la década de 1990 en otras partes del norte de Europa. Tengo la sensación de que tales desarrollos van paralelos, en sentido laxo, al nivel de relevancia del feminismo dentro de la izquierda de un país o región en general. Allí donde era importante se dieron este tipo de iniciativas, pero no donde no lo era. El grupo Antiracist Action en Estados Unidos tuvo algunos problemas particularmente graves con las cuestiones de género en los años noventa.
- ¿Qué desarrollo ha tenido el antifascismo feminista en otras partes del mundo o más recientemente?
En los últimos años, también la liberación queer ha adquirido una mayor importancia dentro de los círculos militantes. Por ejemplo, en Frankfurt hay un grupo de feminismo antifascista «queerfeministische». En mayo de 2016, se celebró un congreso de feminismo antifascista en Hamburgo, “abierto a todos los géneros». En Estados Unidos, las personas queer, trans y no binarias están muy bien representadas dentro de las filas del movimiento militante. También la iniciativa de “Madrid para todas”, con su uso de las banderas antifascistas rosadas y negras, ha sido otro intento de ampliar el espectro del movimiento para incluir la oposición al patriarcado. El año pasado, militantes en Reino Unido crearon una Asamblea Antifascista Feminista.
- Es un hecho que buena parte de la involución conservadora de la que hablábamos al principio gira en torno a los derechos de las mujeres. En general para intentar limitarlos, pero también está el caso de Geert Wilders en Holanda, que los usa como excusa de su islamofobia. ¿Por qué es así? ¿Qué hay intrínseco a la idea de liberación de la mujer que la sitúa en el centro del debate?
El género siempre ha sido un elemento central para el fascismo. Este surgió como una reacción en contra de la modernidad, a la vez que adoptaba elementos propios de ella. En otras palabras, los fascistas utilizaron formas modernas de política (concentraciones de masas, radio, estructuras de partidos políticos, organizaciones juveniles, uniformes, etc.) en un esfuerzo por retroceder en el tiempo hacia un pasado «natural» idealizado, en el que se respetaban las jerarquías tradicionales. A menudo se entendía la «decadencia» del mundo moderno en términos de género. Los varones se habían afeminado, según ellos, y se habían vuelto judíos, burócratas, izquierdistas, masones y otras cosas parecidas, mientras los «verdaderos hombres» luchaban y morían en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Al mismo tiempo, las mujeres se habían vuelto demasiado masculinas al integrarse en el mundo laboral, salir solas por la noche, etc. Es decir, el mensaje del fascismo siempre giró en torno al género, que entendían como fundamento de la familia, a la cual consideraban, a su vez, la base de la nación, en cuyo interés debía funcionar el estado.
Pero hay una segunda parte de la historia. El fascismo siempre ha conseguido apropiarse las imágenes, los lemas y las ideas de la izquierda y darles la vuelta, para que tengan un significado autoritario y nacionalista. Después de la Segunda Guerra Mundial esto incluía a veces adoptar de forma superficial ciertas ideas progresistas, como la igualdad de los sexos, para atacar a los musulmanes, por ejemplo. Lo mismo pasa con algunos grupos de extrema derecha, que se valen de los derechos de los animales para condenar los rituales kosher de los judíos o halal de los musulmanes. También se ha hecho con las políticas a favor del colectivo LGBTQ, que se han empleado para demonizar a los musulmanes y darle un lavado de cara al apartheid israelí, como régimen favorable a los y las homosexuales.
- Teniendo esto en cuenta ¿es necesario, o incluso inevitable, el desarrollo de un antifascismo feminista? ¿En qué dirección puede apuntar este desarrollo?
Dada la centralidad que tiene el patriarcado para la ultraderecha, un verdadero antifascismo debe ser feminista. Hasta cierto punto, creo que esto queda reflejado en el desarrollo de la izquierda revolucionaria después de la Segunda Guerra Mundial, en sentido amplio, con el paso de una «vieja izquierda» a una «nueva izquierda», tal y como lo han caracterizado algunos autores. Esto incluye un mayor enfoque en el feminismo y en la igualdad racial, en el antiimperialismo y en cuestiones más generales, que no pueden reducirse por completo a una noción tradicional de clase. Esta dinámica ha cobrado intensidad en las últimas décadas. Esperemos que pronto el rechazo del patriarcado se vuelva tan omnipresente en los círculos antifascistas que se convierta en la norma, ya sea que los grupos se denominen feministas como tal o no.
- Eres buen conocedor del caso español. Aquí hemos pasado de cientos de miles de personas en las calles en 2011 a tener un partido de ultraderecha, como Vox, sentado en las instituciones en 2019. ¿A qué crees que se puede atribuir el cambio?
Hay muchos factores que tener en cuenta, pero en última instancia el destino de la izquierda está completamente ligado a su capacidad de satisfacer las necesidades de las personas. En tiempos de crisis, ¿nos organizamos con nuestros compañeros de trabajo y vecinos o culpamos a los inmigrantes? ¿O a los catalanes? Ciertamente, la «cuestión nacional» también forma parte de la conversación. El legado de nacionalismo, patriarcado, racismo, xenofobia e islamofobia es tan fuerte que promover un verdadero internacionalismo desde abajo se hace muy cuesta arriba.
Como ocurre a menudo con el ascenso de la extrema derecha, los fallos y defectos de la izquierda tienen su parte de culpa. Debemos criticarla, al igual que a nuestros movimientos sociales, por no ir lo suficientemente lejos. No puede haber compromiso alguno con el capitalismo o el estado. Mientras se busque un acomodo con la explotación y se tolere el encierro y la deportación de migrantes, se permitirá que el fascismo se alimente y crezca. Hasta que demos los pasos necesarios para terminar con la escasez, satisfacer las necesidades o derribar las fronteras, el fascismo seguirá reapareciendo, especialmente en momentos de crisis graves.
- ¿Es similar al proceso vivido en Estados Unidos en fechas similares, dado que se ha pasado de la presencia de movimientos como Occupy Wall Street o Black Lives Matter a la presidencia de Trump?
Sí, es la misma dinámica fundamental. La década pasada fue testigo de un florecimiento de movimientos sociales sin precedentes en la historia reciente de EE. UU., desde Occupy Wall Street a Black Lives Matter, pasando por la oposición al oleoducto en Standing Rock, el movimiento #MeToo, la lucha por el salario mínimo federal o el auge de los movimientos de liberación queer y trans.
Pero cuando los movimientos de izquierda crecen sin abolir el sistema de opresión al que se oponen (como es casi siempre el caso) en ocasiones provocan también un repunte de la actividad de la derecha. Por lo general, los ultraderechistas tienen pocas razones para movilizarse, ya que están a favor del estatus quo. Pero las iniciativas que he mencionado anterior mente, combinadas con el primer presidente negro en la historia de Estados Unidos, llevaron a que la derecha del país sintiera la necesidad activarse. ¿Puede ser que haya sucedido algo así en respuesta al 15M en España? No lo sé.
- ¿Se pueden revertir estos procesos de deriva ultraderechista? ¿Cómo?
Creo que algo fundamental para poder hacerlo es no aceptar nunca sus organizaciones como un componente normal de la vida política. Cada vez que intenten manifestarse u organizar un acto, debe considerarse un problema de extrema gravedad. Los métodos que deben usarse para responder a ese problema pueden variar, pero siempre debe reconocerse la gravedad de la situación.
Además, no debemos caer en la trampa de apoyar partidos políticos de centro (ni, en mi opinión, a ningún partido político), como parte de un esfuerzo «pragmático» para evitar que la extrema derecha consiga avances electorales. Esa dinámica no solo refuerza los elementos de opresión que hay detrás del surgimiento del fascismo, sino que a menudo lleva a los partidos de centro a asumir elementos explícitos del programa ultraderechista, para minar su base electoral. Eso sucede con la inmigración, por ejemplo. De hecho, Hillary Clinton recomendaba actuar así. El estado usa la farsa electoral del «poli bueno, poli malo» para ganar estabilidad. Se presenta como una victoria que la extrema derecha sea derrotada, pero desde una perspectiva antiestatal, estas dinámicas son parte de los mecanismos de supervivencia del estado.
- A su vez, una de las ideas de Antifa es que no hacen falta muchos fascistas para tener fascismo. Es decir, se puede dar un crecimiento explosivo de la ultraderecha a partir de grupos minoritarios o marginales. ¿Consideras que el caso de Vox es un buen ejemplo?
Desde luego. Vox era un cero a la izquierda antes de las elecciones andaluzas de diciembre. Quién sabe cómo les irá en las próximas elecciones. Pero hay dos factores a considerar, creo. El primero ya lo hemos mencionado antes. ¿Cómo afectará su éxito al panorama político, en general, en temas relacionados con la migración, el nacionalismo o el legado del franquismo? No cabe duda de que la manifestación derechista del pasado 10 de febrero en Madrid, con PP y Ciudadanos, demuestra cómo se ha normalizado y aceptado a Vox. Pero también es de suponer que estos mismos partidos intenten captar votos de Vox en próximas ocasiones, copiando puntos de su programa.
El segundo punto importante es que cuando Hitler y Mussolini tomaron el poder, no lo hicieron apoyándose en mayorías parlamentarias. Ambos eran los líderes de coaliciones de gobierno precarias en las que sus partidos estaban en minoría. El número de alemanes o italianos que se unieron a los partidos fascistas antes de que se hiciesen con el poder era bastante pequeño. Esto, por supuesto, no significa que vaya a pasar exactamente lo mismo, pero sí demuestra que un líder de Vox (o de cualquier otro partido de la extrema derecha) puede llegar a hacer un asalto similar, ultrautoritario, al poder sin necesidad de tener una mayoría.
- ¿Hay manera de prevenir estas explosiones de crecimiento?
¡Es más fácil decirlo que hacerlo! Mientras existan los factores que alimentan el crecimiento de la extrema derecha, esta resurgirá siempre. Creo que la clave es la vigilancia. En Estados Unidos, desde mediados de la década de 2000 hasta el inicio de la campaña de Trump, la izquierda no se tomó en serio a las organizaciones antifascistas porque la ultraderecha parecía irrelevante. Conozco casos similares de otros lugares. Es fundamental tomar estas ideas, y los pequeños grupos que las promueven, en serio antes de que crezcan. De este modo, con suerte, no habrá que lidiar con ellas cuando sean significativas.
Necesitamos un planteamiento en que se haga así y que trate a sus partidos como si pudieran llegar a ser organizaciones de masas. Esto no es garantía de éxito, claro, pero hay que adoptar ese enfoque. Por supuesto, esto debe hacerse en paralelo con el trabajo constructivo necesario para llegar a un mundo nuevo, sin ningún compromiso con las fuerzas de la explotación y el sufrimiento de las que se alimenta el fascismo.
- Muchas gracias, Mark.
De nada.